Quien no se haya parado nunca a analizar el diseño de Citroën a lo largo de sus más de 100 años de historia, estarían perdiéndose, de una parte, una lección importante de vanguardismo automovilístico y, de otra, una buena colección de coches con diseños que marcaron un antes y un después, para bien o para mal, porque si algo caracteriza a la marca de los chevrones es que su diseño no deja indiferente y el nuevo Citroën C4 es un ejemplo más.
Para los seguidores de la marca, las diferentes corrientes del constructor han supuesto cambios drásticos en los diseños de sus coches, desde las anodinas líneas de los vehículos de los años 90, donde la frialdad y la sobriedad de sus vecinos alemanes debieron soplar fuerte hacia el país galo, hasta la revolución estética demostrada desde comienzo de la década que dejamos atrás.
Cambios drásticos de pensamiento, de imaginación, de experimentación y, finalmente, de fabricación en cuanto a cómo deberían ser los Citroën expuestos en concesionarios suponen transformaciones, a veces, realmente increíbles e injustificables como sufrida por el mismísimo vehículo que tenemos ante nosotros ahora: un coche que nació en la misma década que éste pero 100 años antes y que no fue hasta la entrada del nuevo milenio que, con la llega de las denominaciones clásicas, resurgió como compacto de 3 y 5 puertas, que mutó por la fiebre de los todocaminos, incluso le salieron una especie de ampollas en la carrocería y que, desde este año, el Citroën C4 de 2020 vuelve a mutar hacia una suerte de berlina elongado frontal, dinámica cúpula y colofón a base de imaginación, de carrocería elevada, cincelada a base de horas de gimnasio, orientada a una clientela a la que le gusta la distinción sin recurrir a la ninguneada etiqueta premium y a la que disfruta disfrutando, valga la redundancia, de un coche asequible cuyo habitáculo ofrece lo que vale, o, incluso, un poquito más.
Y es que, por si fuera poco, este coche, que se fabricará como otros automóviles esenciales para la marca en España, asume la bandera de la nueva era de la automoción desde diferentes puntos.
De inicio, recurre a motores tradicionales, diésel y gasolina, habida cuenta de sumergirse de manera irremediable entre los vehículos eléctricos con la variante como Citroën e-C4, el Citroën C4 eléctrico que, con la letra e delante del nombre del coche, deja a las claras que es una llamada de atención para sus rivales «eh, un C4 nuevo y eléctrico».
Un coche que, en general, recurrirá a la tecnología de última generación sin artificios ni a ilusionismos ya que, basados en las bondades de los sistemas de conectividad, información, entretenimiento, seguridad y confort, este coche apuesta por ascender una montaña en cuanto a la mejora de la habitabilidad, solo hace falta que nos fijemos en la nueva generación de asientos.
La mejor sopa del mundo
Si nos fijamos, las claves del éxito, y no me refiero solo al comercial, que no siempre ha acompañado a los diferentes modelos de Citroën sino, a la receta de la sopa perfecta, se repiten: diseño vanguardista, innovador, irreverente.
Así se muestra el nuevo Citroën C4: vanguardista porque, a pesar de ser una suerte de mezcla de carrocerías, combinadas con maestría, porque decir crossover es incluirlo entre los compactos con pinta de todocamino y no creo que lo merezca ni lo cumpla, cuya planta y porte no deja indiferente y, por ende, resulta totalmente novedoso.
Bravo por Citroën, guste o no, porque, en un mundo donde la línea a seguir es la marcada y donde la virtud está en quien no se diferencia del resto, conducir un Citroën C4 de 2020 supondrá recabar las miradas de quien se topé con uno.
Algo que ya he vivido en coches hermanados con éste ya que, por ejemplo, a la par en la cronología de las últimas décadas, los Peugeot de nuevo cuño y, en concreto, tanto el nuevo Peugeot 208 como, por lo vivido en primera persona, el flamante, elegante y distinguido nuevo Peugeot 508 que tuve el placer de probar, giraba cabezas y retorcía cuellos. Lo mismo que sucederá con el nuevo Citroën C4. Seguro.