Aunque no sepas de mecánica, es muy probable que hayas oído hablar de la válvula EGR y asocies este componente a averías. Lo cierto es que es una pieza que llevan casi todos los coches con motor de combustión y, efectivamente, suele ser sinónimo de problemas.
Este sistema comenzó a utilizarse en los años 70 y se popularizó a finales de la década de los 90, cuando fue obligatorio instalarla por la entrada en vigor de la normativa Euro 2 en Europa, en el año 1996.
En esencia, es un componente anticontaminación que sirve para reducir las emisiones de óxidos de nitrógeno (NOx), tanto en motores diésel como en propulsores de gasolina.
Objetivo: reducir emisiones
Se llama EGR porque su nombre en inglés es Exhaust Gas Recirculation, que traducido al español significa recirculación de gases de escape. Y esa es, precisamente, la función de esta pieza: introducir en el motor parte de los gases resultantes de la combustión para que no se liberen a la atmósfera y se aprovechen en una nueva fase de combustión. De esta forma, la mezca es menos rica en oxígeno y se reducen las emisiones de óxidos de nitrógeno.
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