El fenómeno de las ciudades hundiéndose en China no es un problema reciente, aunque ha cobrado mayor relevancia en las últimas décadas debido al vertiginoso crecimiento urbano. La historia del hundimiento en ciudades como Shanghái y Tianjin se remonta a principios del siglo XX, cuando comenzaron a notarse los primeros signos de subsidencia debido a la extracción masiva de aguas subterráneas. Entre 1921 y 1965, ciertas zonas de Shanghái ya habían descendido más de 1.7 metros. Esta primera fase de subsidencia fue impulsada por la necesidad de agua para una población en expansión y para las nacientes industrias.
Un problema de larga duración
El caso de Tianjin es similar. Esta ciudad costera, crucial para el comercio y la industria, también mostró señales de hundimiento en los años 30. Para los 60, algunas áreas de la ciudad habían descendido más de un metro. La extracción intensiva de agua subterránea continuó sin regulaciones adecuadas, lo que agravó el problema en las décadas posteriores. Estas primeras manifestaciones fueron una advertencia de lo que estaba por venir, pero en aquel momento, el impacto ambiental fue subestimado en medio del frenesí del desarrollo industrial.
Industrialización y expansión urbana
Durante la segunda mitad del siglo XX, China se embarcó en una era de industrialización acelerada, lo que transformó profundamente su paisaje urbano. Entre las décadas de los 50 y 70, ciudades enteras se convirtieron en centros industriales, lo que impulsó una demanda sin precedentes de recursos hídricos. La creciente necesidad de agua, tanto para uso doméstico como para procesos industriales, llevó a la extracción masiva de aguas subterráneas, agravando el hundimiento de muchas ciudades.
Ciudades como Suzhou, famosa por sus jardines históricos, experimentaron un aumento drástico en sus tasas de subsidencia. Durante los años 80, el suelo en Suzhou se hundía a un ritmo de 67 milímetros por año, lo que representa un aumento significativo en comparación con décadas anteriores. Al mismo tiempo, proyectos masivos de reclamación de tierras en zonas costeras, como los alrededores de Shanghái y Tianjin, añadieron un nuevo factor de riesgo. Estas tierras, recuperadas de aguas poco profundas y marismas, eran altamente compresibles, lo que las hacía propensas a hundirse bajo el peso de nuevas construcciones.
El desarrollo urbano también trajo consigo la construcción de enormes infraestructuras. En Shanghái, el emblemático distrito de Pudong, hoy un símbolo del poder económico de China, fue levantado en su mayor parte sobre antiguos terrenos agrícolas en apenas tres décadas. Esta rápida expansión vertical y horizontal no solo añadió peso a los suelos ya estresados, sino que la construcción de extensas redes de transporte, túneles y metros, como los más de 800 kilómetros de líneas de metro construidos entre 1993 y 2018, requirió la extracción continua de agua subterránea, lo que empeoró el problema del hundimiento.
Urbanización masiva y sus efectos
El crecimiento explosivo de la población urbana en China fue otro factor determinante en la crisis del hundimiento. Desde 1980, cuando apenas 191 millones de personas vivían en ciudades, la población urbana creció a 831 millones en 2018. Este desplazamiento masivo de personas del campo a la ciudad ejerció una enorme presión sobre los recursos y la infraestructura de los centros urbanos. La construcción de rascacielos, complejos residenciales y centros comerciales no solo cambió el horizonte de ciudades como Shanghái y Shenzhen, sino que también aumentó el peso sobre terrenos ya debilitados por la extracción de agua subterránea.
En muchas ciudades, la demanda de agua potable superó con creces la capacidad de los suministros superficiales, lo que forzó la extracción de aguas subterráneas a ritmos insostenibles. Esta práctica ha sido particularmente devastadora en ciudades como Pekín, donde décadas de sobreexplotación han reducido el nivel freático en hasta 100 metros en algunas zonas, contribuyendo al hundimiento de vastas áreas urbanas. En algunos distritos de la capital, el suelo sigue hundiéndose a un ritmo de hasta 11 centímetros por año, lo que pone en riesgo edificios, infraestructuras y la seguridad de sus habitantes.
Además, la concentración de población en áreas urbanas ha creado el fenómeno de las “islas de calor urbanas”, donde las ciudades son significativamente más calientes que las áreas rurales circundantes. Este aumento de las temperaturas eleva las tasas de evaporación, incrementando aún más la demanda de agua y exacerbando el ciclo de sobreexplotación de los acuíferos. Así, el crecimiento de las ciudades no solo ha aumentado el estrés sobre el suelo, sino que también ha alterado los patrones climáticos locales, amplificando los factores que contribuyen a la subsidencia.
El costo ambiental del crecimiento económico
El vertiginoso ascenso de China a potencia económica mundial, con tasas de crecimiento del PIB superiores al 9% anual entre 1978 y 2018, ha sido otro gran impulsor del hundimiento urbano. Este crecimiento ha venido acompañado de una expansión rápida y, en muchos casos, descontrolada de las ciudades. La necesidad de infraestructura y la presión para atraer inversión extranjera llevaron a que muchas ciudades priorizaran el desarrollo económico sobre las consideraciones ambientales. El resultado fue un desarrollo vertical sin precedentes: China alberga más del 50% de los 100 edificios más altos del mundo, muchos de ellos en ciudades como Shanghái y Guangzhou, que ya enfrentan problemas de subsidencia.
Además, el auge de la construcción ha ido de la mano de la sobreexplotación de recursos naturales, lo que ha acelerado el problema. La Iniciativa de la Franja y la Ruta, uno de los proyectos de infraestructura más ambiciosos de China, ha traído consigo una construcción masiva tanto dentro como fuera del país, lo que ha puesto aún más presión sobre los suelos ya comprometidos. Esta carrera por el crecimiento rápido, sin las regulaciones ambientales adecuadas, ha hecho que ciudades enteras enfrenten un futuro incierto, donde el colapso del suelo podría convertirse en una amenaza cotidiana.
El impacto económico también es significativo. La pérdida de infraestructura crítica debido al hundimiento puede generar costos inmensos para las ciudades afectadas. Según estimaciones del Banco Mundial, el costo de las inundaciones en ciudades costeras podría alcanzar los 1 billón de dólares anuales para 2050 si no se toman medidas correctivas, con ciudades chinas soportando una parte considerable de esa carga financiera.
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