Dice la leyenda que el diseño actual de las pelotas de golf, con hoyuelos en su superficie, se descubrió por accidente. Hasta el siglo XIX se utilizaban pelotas de superficie lisa, al principio de piel y más tarde moldeando caucho procedente de la savia de un árbol malayo. Evidentemente, el golpeo del palo contra la pelota iba provocando pequeñas hendiduras, hoyuelos e imperfecciones en la bola. Fue en ese momento cuando los jugadores descubrieron que aquellas pelotas, aparentemente dañadas, eran capaces de recorrer una distancia mayor y de realizar una trayectoria más predecible y armoniosa. ¿Podríamos aplicar esa misma lógica a un coche abollado? ¿Si cubrimos cada centímetro de carrocería con pequeños hoyuelos obtendremos coches más aerodinámicos?
Esa es la pregunta que se hicieron unos investigadores del Massachussets Institute of Technology (MIT). Estudiando la superficie de una pelota de golf podríamos llegar a conclusiones que, en cierta medida, podrían revolucionar y cambiar la fisonomía de muchos objetos cotidianos que de una forma u otra tienen que enfrentarse a ese rozamiento aerodinámico, especialmente los automóviles. ¿Conduciremos en el futuro coches con una silueta cada vez más redondeada y hoyuelos en la superficie?
Antes de que te pongas a abollar la carrocería de tu coche, o te alegres de la inesperada granizada que nos sorprendió en Madrid hace un par de semanas, te explicamos las conclusiones a continuación.
Los hoyuelos son efectivos para reducir el rozamiento aerodinámico a baja velocidad a la mitad. Al aumentar la velocidad, la ventaja se revierte, se vuelve un handicap.
La razón por la cual esos hoyuelos contribuyen en una mejora aerodinámica, reduciendo el rozamiento a la mitad a baja velocidad, es la contribución que realizan para compensar y reducir las turbulencias que genera la pelota en su roce con el aire. El problema es que esa ventaja de los hoyuelos