Si algo tiene la Fórmula 1 es que resulta inmisericorde con los errores, y Renault los ha cometido y graves esta temporada, de forma que las cuatro escuderías a las que suministra unidades de potencia (Caterham, Lotus, Toro Rosso y Red Bull), con sus más y sus menos todas, incluso la de Milton Keynes, han dado la temporada por tirada a la basura.
Con la malasia de Tony Fernandes pendiendo de un hilo, Lotus ha renunciado a su linaje Renault anunciando que el año que viene será propulsada por las plataformas motoras de la reina de este campeonato: Mercedes-Benz, en una escenificación bastante sencillota de aquello de que muerto el perro se acabó la rabia. Y en cierto sentido no es para menos, porque desde lo que llevamos de deporte en 2014, Renault se ha significado como una empresa que no merece tener presencia en la máxima categoría.
Y es que si la Fórmula 1 sirve para algo, es para entrever quién está capacitado para soportar la presión y dar respuesta, y quién no. Y Renault ha comprometido incluso la supervivencia de la que hasta hace muy poco era la digna heredera de los inicios de los turbo de 1977, ámbito específico donde triunfaron años después René Arnoux y Alain Prost flirteando con el triunfo absoluto; de la motorista que impulsó a Williams en su hegemonía de mediados de los noventa del siglo XX, y que a la postre, se definiría como referente de la etapa moderna con la escudería de Flavio Briatore y con Fernando Alonso al volante de los emblemáticos coches azules, durante el breve episodio habido en 2005 y 2006.
Lotus ha dicho que basta, que sin motor no hay aerodinámica ni diseño que valgan y ha apostado para 2015 por la unidad de potencia Mercedes-Benz y lógicamente, aunque Renault