No hay generación M completa sin su versión cabrio, al menos históricamente en la Serie 3 y ahora con el cambio de nomenclatura, la Serie 4. Llega finalmente al mercado el BMW M4 Cabrio y con esta propuesta queda completa la gama deportiva del mediano de la familia. Todo son elogios para la berlina y el cupé y a falta de pruebas dinámicas del M4 Cabrio, probablemente no defraude, aún con las limitaciones propias de su mayor peso y menor rigidez. Tal era la diferencia de peso en las anteriores generaciones que en los cursos de conducción de BMW “Experiencia M”, solo los cabrio requerían cambiar discos de freno tras cada jornada porque acababan acusando el sobreesfuerzo con respecto a las versiones cerradas.
También es con ésta la segunda generación en que el techo retráctil es rígido, quedando la atractiva capota de lona en el olvido para desazón de los más puristas y románticos del concepto clásico de descapotable. El nuevo BMW M4 Cabrio llega con unas cifras destacables no solo en prestaciones puras, sino en consumos, y por primera vez se puede hablar de un verdadero BMW M “que traga poco”. Con un consumo combinado de 9,1-8,7 l/100 km y una cifra de emisiones combinadas de dióxido de carbono de 213-203 g/km, ya son muchos los propietarios que afirman que el coche es verdaderamente parco en conducción normal.
Pese al exacerbado paquete de aditamentos estéticos que acompañan a las versiones M, entre apéndices aerodinámicos y ensanches de carrocería, una vez capotado es cierto que genera una imagen elegante el no contar con pilar central. Todo lo demás en su carrocería habla a las claras el lenguaje de la radicalidad: nervios en el capó, espejos retrovisores de doble soporte (un clásico ya), pasos de rueda y unas llantas forjadas que de serie