Admítelo de una vez: tienes un taxista viviendo dentro de ti, aunque te niegues a aceptarlo. Y no, no hablamos de que cobres a tus acompañantes por cada trayecto que realizas con ellos, que eso es meterse en terreno pantanoso y podríamos salir apedreados. Estamos hablando más bien de ver la paja en el ojo ajeno y no los Altos Hornos de Vizcaya metidos todos ellos en el globo ocular propio. Sí, porque sabemos que vilipendias a los taxistas cuando les ves hacer algo que ellos justificarán de manera invariable con el mito de darle a la rosca sin parar 36 horas cada día. Pero sabemos también que, después de todo, en cuanto crees que los demás no te ven tiendes a imitar a los taxistas en fondo y forma, y lo haces cumpliendo uno o varios rasgos de estos que a continuación te detallamos: 1. No, no es «un momentito de nada», y lo sabes Te cabreas cada vez que un taxi se te planta en todo lo que es delante para soltar allí a la abuela que lleva a bordo canario, mecedora y bastón, pero sabes más que bien que cuando llevas a la suegra eres incapaz de decirle que no cuando te insta a que detengas el coche ahí en medio porque ella lo vale más que si fuera de L’Oréal. Y si detrás de tu coche se forma el Armagedón de los atascos, te consuelas pensando que si no llega a ser por ti, habría sido por cualquier otro. 2. Aprovechando el hueco hasta lograr adelgazar Si hay algo que caracteriza al buen hacer del taxista es el mérito de llegar antes de haber salido, para lo cual es imprescindible saber aprovechar el hueco donde sea, como sea y cuanto sea necesario.
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El podcast
Únete a Naomi Ellis mientras se adentra en las vidas extraordinarias que dieron forma a la historia. Su calidez y perspicacia convierten biografías complejas en historias identificables que inspiran y educan.
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