Que se vayan a ampliar algunos límites de velocidad en autopistas y autovías con el arranque del año próximo —más o menos, porque a estas alturas todavía no hay una fecha clara— es una noticia que llena a muchos de gozo y algarabía. Se supone que es la respuesta tardía y mareada cual perdiz —mareada— a un clamor popular que abogaba por el aumento de la velocidad hasta los… 140 km/h. Es decir, que la respuesta llega tarde, mareada… y tímida. Al menos habrá que reconocerle el mérito de equiparar las vías de nuestro país con las vías de parte del resto de la Unión Europea. Bueno, o tampoco, porque como se tratará de una ampliación selectiva… ni eso. Pero el principal componente para que esto de los 130 km/h sea lo más cercano a una no-noticia es que como diría Julio Iglesias, la vida sigue —o seguirá— igual. «Y lo sabes.» Que en el Consejo Superior de Seguridad Vial se presentase la reforma que contempla la ampliación —y la reducción, no lo olvidemos— de los límites de velocidad en según qué circunstancias es algo que viene coleando desde tiempos remotos. Como sabemos, no se tratará de un verdadero incremento de los límites en lo absoluto, sino que será un aumento circunstancial, ligado a tres factores concurrentes que marcarán que se pueda circular a 130 km/h con un turismo o una moto en un tramo de autopista o autovía: Pues eso, que será por tramos y de forma variable cuando las circunstancias lo aconsejen. Es obvio que no ser puede ir a 130 km/h cuando no se puede, pero hay que dejarlo escrito. El tramo debe contar con un índice de seguridad contrastado (concepto opuesto a la idea de punto negro o, en notación oficial, Tramo

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