Tal vez si hablara de vehículo eléctrico hace 30 o 40 años muchos me llamarían revolucionario. Lo cierto es que muchas son las marcas que en, no uno, sino varios puntos de su historia se han propuesto ofrecer un modelo eléctrico, algunos con más o con menos éxito. Sólo hay que echarle un ojo a finales de los 80 y principios de los 90 para hacerse una idea.
Pero hoy es hoy y el vehículo eléctrico es una realidad más que sostenible, y es que pocas marcas son las que no tienen ya o están preparando alguna versión eléctrica de algún modelo. El Nissan LEAF que ponemos a prueba esta semana es un ejemplo de esta nueva realidad, tan importante como que es el eléctrico más vendido del mundo.
Lo reconozco, cuando me dijeron que si quería coger el Nissan LEAF lo dudé mucho. No nos engañemos, salvo porque no debía recorrer mucha distancia hasta casa era la antítesis del cliente tipo del LEAF. O así nos los confirma la teoría. No tenía una plaza de garaje con cargador para el coche, no tenía tarjeta para cargar en estaciones públicas (si las había) y, además, me esperaba un puente en el que no podría asistir al servicio oficial Nissan a realizar una carga rápida.
Con esto en la mano me subí al coche y coloqué en el panel de instrumentos el nivel de carga de batería y, en el navegador dedicado, la autonomía y el consumo. Así, con miedo es como cogí el LEAF. Un miedo que duró unos cuantos kilómetros hasta que llegué a casa mirando y contrastando datos una y otra vez. Efecto placebo. Sólo había recorrido 3 kilómetros.
Ya tranquilo me detuve a contemplar el coche. Es un coche extraño, por concepto pero también por diseño. Nissan no ha querido ocultar