Días atrás, mientras Ibáñez preparaba su artículo sobre los coches autónomos que podrían no serlo, por aquello de que ha habido otros avances que se han quedado por el camino, pensamos la manera de darle la réplica a nuestro compañero híbrido (mitad cilindro, mitad gadget), y al final la conclusión fue que no estaría mal razonar por qué debemos ser algo más críticos con el coche autónomo. Que sí. Que el coche autónomo nos va a traer la completa felicidad en materia de seguridad. Que el coche autónomo es una prioridad en Can Google. Que el coche autónomo lleva décadas de desarrollo como para que ahora se nos quede en nada. Que sí, pero que no. Que después de todo, quizá lo que va a ocurrir es que el coche autónomo va a ser poco más que una zanahoria colocada frente al burro. ¿Qué burro? Depende. El burro del comprador de coches, el burro de la industria, el burro que en sus ratos libres redacta normativas de vehículos y de circulación y de seguros y de infraestructuras y de… El burro que necesita una zanahoria que le diga por dónde tirar, de manera comparable a los burros que se dedican a destruir cosas para luego tener que reconstruirlas, y entre las unas y las otras van haciendo su agostillo a costa de los demás. ¡Es el progreso, estúpidos! I+D+i: vendiendo zanahorias con orgullo desde 1939 Dramatización metafórica sobre el progreso Partimos de la base de que existe una industria que desde los años 40 —perdón, desde finales de los 30, que los primeros autónomos se presentaron en el Futurama de General Motors en 1939, en la Feria Mundial de Nueva York— ha ido viendo evolucionar las tecnologías hasta el momento actual, cuando los coches autónomos han tomado
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Únete a Naomi Ellis mientras se adentra en las vidas extraordinarias que dieron forma a la historia. Su calidez y perspicacia convierten biografías complejas en historias identificables que inspiran y educan.
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