Esta semana hemos tenido la oportunidad de conocer en primera persona un importante pedacito de historia del automovilismo patrio, un circuito olvidado durante décadas, dejado y que sin embargo tiene el honorable título de ser el tercer autódromo de Europa, el cuarto del mundo. Un espectacular óvalo que poco se parece a los actuales claro, pero que nos expone a la mística de los pioneros, al peligro primigenio del deporte de motor, al “¿cómo podían rodar con los medios de entonces aquí?” . Hemos estado en el autódromo de Terramar, hemos rodado incluso allí, pero antes de contarte la experiencia queremos que conozcas un poco más a este olvidado circuito:
SEAT, con motivo de la presentación del nuevo SEAT León Cupra de 290 caballos, nos ha llevado hasta este mítico trazado, caído en el olvido, pero merecedor de un importante hueco en la historia del automovilismo mundial.
Se encuentra situado en San Pedro de Ribas, en la comarca del Garraf, en Barcelona, cercano a Sitges.
Fue inaugurado en 1923 por el rey Alfonso XIII.
Para su construcción se emplearon 300 días y el presupuesto fue de 4 millones de pesetas.
Es el tercer autódromo de Europa (después de Brooklands y Monza) y el cuarto del mundo (sumando Indianápolis a los dos anteriores)
Tiene un tamaño de 2 kilómetros.
El peralte de sus dos curvas es de 90º y 65º. Para ponerlo en contexto: actualmente el óvalo en el que se disputa la NASCAR a su paso por Indianápolis tiene un peralte de 35º.
Se mantiene el trazado original e incluso el asfalto es el mismo.
Las gradas de la recta principal se mantienen gracias a que se convirtieron en granero. Se cubrieron con un techo de uralita y esto permitió que la estructura original siguiera intacta.
La primera carrera que se disputó