En el Salón de Ginebra han confluido todo tipo de máquinas. Coches con madera de superventas como el nuevo Audi Q2 o el Renault Scénic, un monovolumen que quiere ser un crossover. Y sin embargo, ha sido un salón cuyo impacto mediático ha estado dominado por los deportivos y superdeportivos, esos con los que solo podemos soñar. Y sin duda alguna, dos de los protagonistas indiscutibles han sido los Koenigsegg Regera y el Bugatti Chiron. Destinados a ser rivales, con dos aproximaciones muy diferentes al mejor coche del mundo.
El establishment, contra un advenedizo
Aunque la producción del Chiron sea artesanal, tiene el respaldo tecnológico y financiero de todo el Grupo Volkswagen.
Aunque su potencia máxima y prestaciones sean similares, son dos bestias completamente diferentes. Comencemos por su origen: el Bugatti Chiron es el niño mimado del Grupo Volkswagen, uno de los mayores grupos automovilísticos del planeta. El Veyron fue el proyecto capricho de Ferdinand Piech – el antiguo CEO del Grupo Volkswagen – y se estimaba que perdían unos 5 millones de euros por cada unidad producida. Un “porque yo lo valgo y porque puedo” en forma de superdeportivo, sin escatimar un euro en ingeniería. Pura imagen corporativa.
El Chiron sí pretende obtener beneficios modestos, no es un agujero de dinero como el Veyron. Quedaos con esta idea en la cabeza. Por otro lado, tenemos a Koenigsegg, una pequeña empresa afincada en Suecia, independiente de todo consorcio automovilístico, pero con una fortísima integración vertical. ¿Qué quiere decir eso? Que todas sus soluciones tecnológicas, su I+D y la producción de sus superdeportivos, se llevan a cabo de forma completamente artesanal por una empresa cuyo personal fijo es de sólamente 70 personas.
Máxima expresión tecnológica, ¿y la innovación?
El Bugatti Chiron no estrena ninguna revolución técnica, es una evolución de las tecnologías estrenadas el Veyron.
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