Era principio de la década de los ’70, el declive del movimiento hippie y el auge de las carreras de dragsters. Empezábamos a ver motores enormes en coches de alambra, e incluso coches-cohete. Pero la verdadera gesta era mucho más trascendente para nosotros: en 1971 vieron (yo no, porque no había nacido) el nacimiento del mito de la furgoneta blanca.

El escenario fue la pista de Brands Hatch, y ella una Ford Transit, de hecho la primera Transit, una Mk1. La conocida como Supervan fue construida por Terry Drury Racing como encargo para promocionar el nuevo modelo de vehículo industrial que por entonces no gozaba de la suficiente popularidad. Pero, ¿qué tenía de especial? Su vano motor estaba completamente vacío, pero en la zona de carga colocaron el motor de un Ford GT40 en posición central.

El motor de ocho cilindros en uve del conocido deportivo americano era capaz de ensombrecer la escueta potencia del modelo original con unos buenos 400 caballos y un sonido profundamente armonioso a oídos de los petrolheads. Y claro está, podía ir mucho más rápido que el modelo de serie.

La potencia no lo es todo, y sino que se lo digan al piloto de la Ford Supervan en cada una de las curvas que tenía que afrontar

Para digerir sus recién estrenadas capacidades que podían llevarla por encima de los 240 km/h, la parte ciclo también tuvo que ser convenientemente adaptada. Pero esa velocidad máxima relativamente discreta no era culpa del motor, ni del rendimiento de la furgoneta en pista, sino de la pésima aerodinámica de un vehículo de sus características.

Exteriormente casi parecía un vehículo de reparto convencional de no ser por las líneas azules sobre su gran carrocería blanca y unos pasos de rueda ensanchados para alojar sus nuevos zapatos. Un juego de cuatro llantas calzaban neumáticos

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Únete a Naomi Ellis mientras se adentra en las vidas extraordinarias que dieron forma a la historia. Su calidez y perspicacia convierten biografías complejas en historias identificables que inspiran y educan.

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