Hoy no lo parece, pero Francia fue un gran productor de coches de deportivos y de alta gama, especialmente antes de la Segunda Guerra Mundial. Delahaye, Voisin, Delage y Bugatti son algunos ejemplos. Es cierto que Bugatti ha vuelto a renacer gracias a sus cenizas en Alsacia, con una etapa italiana, pero hoy en día la marca está tan asociada a Volkswagen que muchos la consideran alemana.
En la posguerra también hubo marcas prestigiosas, como Facel Vega y Alpine. Si bien Alpine volverá a brillar gracias a Renault, que por fin la saca de su letargo, a mediados de los años 80 sencillamente no existía una marca francesa de deportivos y mínimamente prestigiosa. Hasta que llegó el Ventury en el Salón de París de 1984.
Todo empezó sin quererlo
Gérard Godefroy (diseño) y Claude Poiraud (chasis) trabajaban en Heuliez, un carrocero francés creado en 1920 y tan prolífico o casi como Pininfarina (fabricó, por ejemplo, el Peugeot 205 Turbo 16 de calle, el 206 CC o el Citroën BX station wagon). Los dos amigos, en sus ratos libres idearon un deportivo biplaza que presentaron en el Salón de París de 1984. La intención no era fabricarlo en serie, pues sólo harían una unidad para cada uno, sino servir de tarjeta de presentación. Bautizaron el coche Ventury, con «y griega».
El Ventury, el concept car con el que empezó todo.
El coche gustó tanto que unos financieros se empeñaron en que se fabricase en serie. El más entusiasta de todos, Hervé Boulan, se convertiría así en el primer CEO de la MVS (Manufacture de Voiture de Sport) en 1985. Y el primer coche en salir de los talleres de MVS sería el Venturi, está vez con «i latina» (como en Ferrari) y directamente derivado del Ventury de los dos amigos.
Hervé Boulan