Viajar hasta Le Mans y no visitar el Museo de las 24 Horas de Le Mans es una verdadera lástima. Por eso, aunque fuera en una escapada rápida mientras los pilotos se peleaban por ver qué equipo rompía más coches, no podía yo dejar pasar este momento. Y huí con la cámara preparada, abriéndome paso entre toda esa multitud que va a Le Mans a cualquier cosa menos a mirar la carrera.
El Museo de las 24 Horas de Le Mans abrió sus puertas en 1961. En aquel entonces, el edificio se encontraba en mitad del circuito de La Sarthe. Sin embargo, su crecimiento obligó a trasladarlo hasta unas instalaciones que quedan junto a la entrada principal del circuito. Desde 1991 se muestra en ese emplazamiento una vasta selección de automóviles de todas las épocas.
De hecho, los responsables del Museo no dudan en explicar que Le Mans quedó ligado para siempre jamás a la figura del automóvil desde que Amédée Bollée se trasladó a esa localidad de la región de Países del Loira. Fue allí donde Bollée fabricó su primer vehículo para personas, en 1873: l’Obéissante
Por desgracia, l’Obéissante no se encuentra en el Museo de las 24 Horas de Le Mans, sino en el Museo de Artes y Oficios de París. En cambio, sí tenemos una nutrida representación de los primeros artefactos rodantes motorizados que asustaron y maravillaron a los ciudadanos franceses.
No faltan las réplicas a escala de los modelos ganadores de las 24 Horas de Le Mans durante todo el siglo XX. Desde 1923, cuando se llevaron a cabo las primeras 24 Horas de Le Mans, la zona comenzó a hacerse un verdadero nombre en el mundo del Automovilismo.
La entrada de adultos al Museo de las 24 Horas de Le Mans cuesta 12 euros, 8 euros para