Jinba Ittai, o la unión del hombre y el caballo, es una filosofía que Mazda aplica a cada modelo de su completa gama. El MX-5 es, probablemente, el que más se ajusta a ella. Entrar a un modelo tan mítico como éste es un ritual, pero no uno siniestro, uno de los que dejan buen sabor de boca, uno con principio y final feliz.
El Mazda MX-5, al igual que unos pocos elegidos como el Toyota GT86 o el Nissan 370Z, es un rara avis. Su motor es atmosférico, un tipo de propulsor que poco a poco se está eliminando del mercado. Además, es tracción trasera, y es en el mismo eje trasero, donde encontramos un diferencial autoblocante que será uno de los encargados de dotar al conocido como Miata, del toque para convertirlo en uno de los mejores coches para disfrutar en la conducción.
La opción RF –Retractable Fastback– fue producida para satisfacer a aquellos potenciales clientes que no les convencía el formato de capota de lona. En mi opinión, Mazda acertó de lleno porque no solo recuperó el Mazda MX-5 Roadster Coupé que pudimos ver en la tercera generación, sino que tan solo aumentó el peso en 47 kilogramos, lo que reduce la diferencia entre las dos variantes del conocido deportivo japonés.
Kodo como línea de diseño
Si algo me gusta de Mazda es la homogeneidad de sus formas en todos sus modelos. No son copias los unos de los otros, sino que comparten elementos que hacen reconocer fácilmente que el modelo que estamos observando pertenece a la casa japonesa. El único deportivo de toda la gama actual de Mazda no iba a ser menos.
El frontal se caracteriza por un aspecto fuerte y elegante. Esta personalidad la aportan los LEDs en forma de lágrima, los cuales se complementan con la gran calandra