Chrysler experimentó en los años 50 y 60 con formas alternativas de propulsión para sus coches. Mientras Ford pensaba en reactores nucleares en miniatura – por suerte nunca se llevaron a producción – Chrysler valoraba el uso de turbinas en coches de producción. Aunque experimentaron con turbinas hasta entrados los años 80, el coche más recordado de esta fase experimental fue el Chrysler Turbine, del que 55 unidades fueron producidas y entregadas a clientes en el año 1963. Lo que ni siquiera los directivos de Chrysler sabían es que sin una pieza Ford el coche siquiera habría podido moverse.
El Chrysler Turbine Car era todo un experimento con ruedas
Antes de entrar en harina, conozcamos un poco más al Chrysler Turbine. El proyecto comenzó en 1953, una época en la que los motores a reacción y la carrera espacial eran aspiraciones tecnológicas de primer nivel. Los motores de combustión interna llevaban ya más de seis décadas en servicio, y los ingenieros se imaginaban un futuro en el que rapidísimos coches movidos por turbinas circulaban por una red de autopistas de alta velocidad, conectando rápidamente las ciudades más importantes de EE.UU. Se creía que la sociedad utópica e ideal de “The Jetsons” era una fantasía con claros visos de realidad.
Rover también experimentó de forma seria con las turbinas, y a punto estuvo de comercializarlos a principios de los años 60.
Ver la galería completa en Diariomotor
Para materializar sus experimentos con las turbinas y analizar su viabilidad en condiciones realistas Chrysler construyó 55 preciosos coupés – diseñados por Elwood P. Engel y carrozados a mano por Ghia en Italia. Estos coupés de diseño futurista y preciosas líneas fueron probados en condiciones reales de circulación por parte de 203 conductores, a lo largo de un programa de casi dos años, en los que la flota