Hace cinco años los ciudadanos de Tallín, Estonia, fueron llamados a referéndum para determinar si el transporte público debería ser gratuito. Desde el 1 de enero de 2016 sus 446.055 habitantes no pagan por subirse al autobús o al tranvía: una tarjeta verde les da vía libre.
En España se aplica un 10 % de IVA a los billetes de autobús, metro y cercanías. Es decir, el transporte no es un bien básico sino un servicio casi de lujo, pues tributa como la hostelería o los espectáculos deportivos.
Impuestos que revierten en los contribuyentes
Tallín ha sido la primera capital europea en implementar el transporte público gratuito. La tarjeta que permite el acceso ilimitado supone un coste de 2 euros y solo la pueden adquirir los residentes. Y es que con sus impuestos ya contribuyen a la Administración con 1.000 euros al año, informa Pop Up City.
Desde la Oficina Europea en Tallín afirman que la gratuidad del transporte público no solo cubre los costes, sino que proporciona cuantiosas ventajas:
La motivación de convertirse en residente en Tallín para acceder a la tarjeta, lo que incrementa sustancialmente la aportación tributaria.
La estimulación de la movilidad: afirman que más gente acude a restaurantes, bares o comercios locales, promoviendo el consumo.
El acceso al transporte a personas con bajos ingresos.
La reducción del tráfico rodado y los vehículos particulares.
Para los no residentes, la ciudad ha implementado la gratuidad del transporte público una vez han estacionado sus vehículos en un aparcamiento disuasorio (previo aumento de las tarifas).
Sin embargo, según un estudio emitido por el Real Instituto de Tecnología en Suecia y del que se hizo eco Magnet hace un par de años, no percibieron por entonces diferencias en la intensidad viaria. Además, se determinó que la gratuidad contribuyó a elevar únicamente un 1,2% el número de viajeros.
Otro inconveniente es que el