El ser humano está obsesionado por ir más lejos, más alto y más rápido. Hace mucho que se han superado lo límites que nos dio la naturaleza, pero con un coste financiero —y a veces humano— desorbitado.
Ser el más rápido del mundo es un privilegio al que muy pocos han podido optar a lo largo de la historia, pero ese impulso que nos hace querer siempre más también se expresa de formas más humildes. Y ser el más rápido con un cohete con ruedas es una cosa, pero serlo con un coche y en carretera es algo muy diferente.
El apogeo de esa búsqueda la encontramos en los años 80 y 90. Fue una época de excesos, de récords de velocidad y de fama mundial para sus protagonistas, al conseguir récords de velocidad en carreteras que no siempre estaban cerradas al tráfico. Esta es la historia de esos iconos de la cultura pop y del automovilismo, digamos, alternativo.
A principios de los años 80 eran habituales las carreras ilegales en las autopistas de la bahía de Tokio, la Wangan, y a lo largo de la Tomei Expressway, que une Tokio con Nagoya. Los aficionados dejaban progresivamente atrás las pruebas de aceleración del cuarto de milla y se interesaban cada vez más por las carreras ilegales en las autopistas niponas.
De esa época surgiría un fenómeno cultural en el que los hechos se mezclan con el secretismo y la leyenda. Fue le época del Mid Night Club.
En Motorpasión
La lucha por ser el más rápido del mundo