Los últimos años han sido especialmente delicados para el diésel. Desde que el gasóleo se convirtiera en el enemigo número de la opinión pública, coincidiendo con el escándalo de las emisiones, no habíamos asistido a una situación en la que se produjeran tantos pronunciamientos en su contra, ni tampoco un debate tan extendido acerca del asunto. Muchas administraciones públicas, incluido el Gobierno y sus ministerios, se han posicionado en el debate del diésel. Y eso nos ha llevado inexorablemente a una posición incómoda para cualquier gobernante, el dilema del Gobierno y el diésel.
De «los días contados del diésel» a «tienen mucho que decir»
Durante el verano de 2018 escuchábamos una frase lapidaria, por quién la profería, y por el mensaje transmitido. La ministra de Transición Ecológica afirmaba que «el diésel tiene los días contados». Aquella frase, que no admitía discusión alguna, sentenciaba al gasóleo y evitaba algo tan importante como abrir un debate acerca de la idoneidad del diésel.
En vez de preguntarnos si tiene sentido que sigamos utilizando motores diésel en coches pequeños, para hacer pocos kilómetros, o qué hacer con los diésel más antiguos que aún encontramos en nuestras carreteras, nos estábamos preguntando hasta cuándo podríamos seguir conduciendo vehículos con motores diésel.
El Gobierno ha pasado del mensaje de «el diésel tiene los días contados» al «tienen mucho que decir», aunque sin evitar el debate acerca del fin del motor de combustión interna, que se propondría en 2050
El debate del fin de los diésel y la gasolina
Aquella reflexión generó controversia, la indignación del sector del automóvil, y enormes dudas entre los compradores. El eterno debate acerca de adquirir diésel o gasolina, que en menor o mayor medida siempre había existido, y que tenía que ver con factores económicos, o gustos personales, se había zanjado de golpe. Las preguntas que más